jueves

Camino

Ando por un camino. Un sendero entre la niebla. La tierra caliente y removida apenas se distingue del pequeño río el curso del cual siguen mis pies. Alrededor todo niebla y árboles. Árboles viejos. Llenos de recuerdos tristes murmuran, murmuran sin censar. Oigo sus palabras caer sobre la tierra húmeda como las gotas de lluvia caen sobre el mar, un mar gigante, inconmensurable, de inconmensurable tristeza. Caen las gotas de rocío, las palabras de viejos árboles, sobre la tierra húmeda y cruel, que se traga las pequeñas gotas hechas de recuerdos. De recuerdos tristes. Se las traga en el olvido. Sigo mi serpenteante y abrupto camino entre las tierra de los recuerdos olvidados, aquellos recuerdos que nadie quiere recordar. Sigo mi camino sin mirar atrás. No miro atrás, pero se que las huellas de mis pies descalzos arden un instante en fuego. Y luego se las traga la tierra. La tierra del olvido. Fuego de pasión. Olvido.

Se adonde lleva el camino. No es mi destino. El destino de los hombres se basa en las elecciones. Yo no elegí el camino, el camino me eligió a mi. Es el destino del camino. Soy el destino. Se que debo andar sin mirar atrás. No tengo elección. Tampoco miraré adelante, no hay nada que mirar. Ya se a dónde lleva el camino. Todos lo sabemos desde el momento en que nacemos, desde el momento en que primera vez amamos. Lo sabemos pero no queremos saberlo. Intentamos olvidarlo, pero está ahí, siempre, en nuestras vidas. Aunque no queramos, sabemos que es el camino. Y esta ahí. Siempre. Puede que no lo reconozcas, puede que jamás tengas que tomarlo; pero esta ahí, y lo sabes. Todos lo sabemos. Todos amamos. Camino por el camino. El camino del olvido, de los recuerdos olvidados. Camino hacía las montañas. Hace tiempo que el camino sólo sube, y se que no volveré a bajar. Voy a morir, a olvidar, a las montañas. Y voy por el camino del olvido. Puede que algún día yo sea un árbol triste, llorando sobre la tierra caliente, hasta secarse mis lágrimas y convertirme en un simple leño. Pero no me importa. Ya nada importa, sólo camino.

Mis pies se arrastran con lentitud, pero no con desánimo, para estar desanimado hay que tener alma. ¿Alma? ¿Alguien la vio? ¿Alguien la tocó, olió o sintió? Si alguna vez la tuve, la perdí al iniciar el camino. Sólo somos trozos de carne, sin alma; y cuando muramos sólo quedará el recuerdo. Nada es eterno, y menos eterno que nada es el recuerdo. Camino.

Entre las montañas me introduce el camino. No lo veo, pero lo siento. El aire es frío y asfixiante. El aire de las montañas. Lo respiro. Me trae sensaciones de dolor, de pasión y de dolor. Mucho dolor. No le temo al dolor. El dolor me trajo aquí y en el dolor moriré. Sigo adelante respirando dolor. Los árboles ya no murmuran, ya no se oyen las gotas al caer, la niebla ya no roza suavemente la tierra. No me atrevo a alzar la vista, temo que no haya nada que ver. Ya no hay árboles, ya no hay niebla. Sólo hay dolor. Dolor y un camino que seguir. Mis pies se abren y las piedras afiladas llegan a mi carne, el camino ya no es de tierra. Rocas como cuchillas supurando líquido negro y rojo. Dolor.

Camino eras enteras y el dolor, como todo, no tarda en desaparecer tras el olvido. No hay que olvidar que es el camino del olvido y es lo único que no se puede olvidar en este camino. Camino sobre una superficie gris, casi blanca; indiferente. Mis pies se paran y alzo la vista. Estoy frente a una cueva pequeña, oscura. Por encima, el cielo. El cielo purpúreo que marca el fin del día y comienzo de la noche. De mi noche. Entro en la cueva y duermo. Para siempre.



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