jueves

Milagros

"Cuando la noche se vuelve verdadera no hay refugio para las almas en pena", como dice aquel. Pero empecemos por el principio. Nunca antes había bebido, yo era un buen chico; estudiaba mucho y ayudaba a mi madre, esa clase de mierda. Todavía no sé por qué lo hice, no tiene mucho sentido, pero la cuestión es que lo hice. Después del primer chupito de alcohol de caña, el más fuerte del lugar según dicen, fuego en mi garganta. Después del segundo, fuego en mi cabeza. Apenas conocía a toda esa gente, no sabía por qué estaban ahí ni quería saberlo, solo quería que dejaran de mirarme. "¿Puede alguien decirme por qué se mueve todo? ¿Estamos en un barco?" Dije riendo a carcajadas. "Un momento. ¿Es esa mi voz? ¿Qué me pasa?". Necesitaba aire, y lo necesitaba ya. Salí del bar tropezando con un taburete. Todo el mundo reía y, como martillos hidraúlicos las risas rebotaban en mi cabeza. Una vez y otra hasta que choqué con la puerta y caí de morros fuera del bar. En ese momento apenas sentí dolor, pero más tarde lamentaría, y mucho, esa caída. Me levanté apoyándome en la pared. Dando tumbos salí del callejón y me apoyé en una valla publicitaria, de esas que no te dejan cruzar los semáforos atajando en diagonal. Respiré profundamente. Si mi mente analítica no fallaba, estaba borracho. "¿Cómo puedo ser tan gilipollas?", pensé. Oí unos ruidos detrás, había gente cruzando el semáforo. Me giré para mirar y por un momento creí perder el equilibrio. ¡Oh, sorpresa mía al descubrir a Luis, uno de los pocos compañeros de clase que me caían bien! Me miró extrañado y sonrió. Iba con un grupo de gente, algunos los conocía, otros no, pero se veía a la legua que todos eran gente guay; la clase de gente que nunca se juntaría conmigo. Al pasar a mi lado Luis se paró a saludarme y yo, intentando con esfuerzo no caerme en el intento, le di un efusivo abrazo. "¿Estás borracho?" me preguntó riendo, y esa pregunta que normalmente me hubiera perturbado haciéndome huir con la cola entre las piernas, ahora me parecía la pregunta más obvia y fantástica del mundo. Con un contundente "sí" empezó la noche más fantástica de mi vida (y por ende, la peor mañana de sábado que habría de conocer, pero eso es harina de otros costal), y todas las cosas que creí tener claras dejaron de estarlo, pues no todo es blanco o negro, bueno o malo; y resulta que no soy tan listo como creía. Milagros del alcohol. Amén.