miércoles

Muerte y pasión ámbar

Caminando entre las sombras. El frío suelo de madera amortigua los pasos. Camina recto, sin prisa pero con decisión. Sabe donde va. Entra en una sala levemente iluminada por el fuego. Fuego. El resplandor dorado de las velas y el cálido naranja de la chimenea. En el centro hay un sofá cubierto por una tela. Las paredes moradas tienen cuadros de seres imposibles, cubiertos de polvo. Al fondo, lejanos, hay unos ventanales hasta el techo, cubiertos por unas cortinas verdes. Verde oscuro. Camina. Camina y se sienta en el sofá, suavemente, levantando una nube de polvo grisáceo. Espera. Apoya la cabeza. Cierra los ojos.
Una mujer desnuda se acerca de frente. Sus pasos son suaves, casi se desliza. La piel blanca como la luna contrasta con el pelo rojo fuego. Los labios y pezones rosados, suaves. Se acerca de frente. Sonríe. Cuando se para a un palmo de él, cree que el corazón le va a estallar. Nota la sangre palpitando en su cuello. Le tiemblan las rodillas. Jadea. Tiene la respiración agitada. Los nervios a flor de piel. La bella mujer se inclina. Ámbar. No puede dejar de mirar el ámbar hipnótico de los ojos de la mujer. No existe nada más que los ojos de la mujer. La habitación ha desaparecido. Ámbar. Solo siente el ámbar de los ojos y el latir de su corazón, cada vez más rápido. Parece que va a estallar, pero no puede dejar de mirar el ámbar de los ojos.
Abre los ojos. Está en la habitación. Solo. La respiración se vuelve acompasada y tranquila y su cuello deja de palpitar. Las rodillas ya no tiemblan. El corazón vuelve a la normalidad. Se hunde en el sofá con un suspiro. Mira la puerta. Está cerrada.
Una mano blanca le acaricia suavemente la mejilla. Siente la piel suave quemando en su cara. Ardiendo. La mano suave y fría le acaricia y su cara arde. Gira el cuello mecánicamente y ve a la mujer. Pero su corazón no se acelera. Está tranquilo. Sabe lo que sucederá y sabe que no lo puede evitar. Se deja llevar. La mujer se inclina y sus labios rosados se posan en los suyos. Entrecierra los ojos. Fuego. Arde. Siente su lengua poderosa en la boca. En su cuello. En su pecho. Se levanta cuando el dedo fino y blanco se lo ordena con un grácil movimiento. Tiene a la mujer enfrente, cerca. Muy cerca. Con un simple movimiento podría besarla. Mira dentro de los ojos. Ámbar. Ya no le impresiona. Tan solo es una mujer. ¿Qué puede pasar?
¿Qué puede pasar? Los dedos de la mujer, con un movimiento suave se deslizan por los hombros de un blanco mortal. El vestido verde se desliza hasta el suelo. Sabe lo que sucederá.
En ese momento despierta jadeante. Recuerda haber caminado, recuerda la habitación y el sofá y... Y la mujer. Pero no puede ser. Está en la cama. Tan solo fue un sueño. Un sueño horrible. Sintió la dominación. Sabía lo que sucedería y no podía evitarlo. No quería, pero pasó. Agobiantemente ardiente. Tan solo un sueño.
La luz se filtra por las suaves cortinas y se posa sobre las sábanas de seda negra. Sube por el brazo, sin prisa, a medida que la esfera solar asciende en el cielo. Sube por el brazo y llega al hombro. Por donde pasa deja un rastro de calidez y luz. Llega el día. Del hombro llega al cuello y lo acaricia. El cuerpo se estremece. Pasa suavemente por el cuello y como un intruso se abre paso en la cara. A su llegada las sombras retroceden y los músculos reaccionan. Deja un rastro de calidez en la mejilla y en la comisura de la boca se puede apreciar una delicada sonrisa. Sin previo aviso se posa en los párpados. Lo que hasta ahora era un suave recorrido por la piel, devolviendo la calidez natural del día se convierte una agresiva intrusión en los ojos. Los ojos siempre preferirán el frío de la noche.
Molesto se gira, pero ya no podrá volver a despertar. El día ha llegado y no se puede evitar. Se reclina perezosamente. La luz entra alegremente por la ventana de enfrente. Todo es luminosos y agradable. Sonríe. Un día bonito, un día perfecto. Planifica cuidadosamente el día en su mente. Perfecto. Se gira contento. Horror. El horror ahonda en su interior. No puede ser. Tan solo fue un sueño. A su lado, en la cama, acurrucada entre las sábanas negras, relucientes, está la mujer. La piel blanca reluce misteriosamente. Los labios sonrosados sonríen maliciosamente. El pelo anaranjado parece burlarse de él. No puede ser. Algo no encaja. No puede estar aquí. En ese momento de desesperación la misteriosa intrusa abre los ojos. Ámbar. No puede ser. Le miran fijamente, le atraviesan. Se oye una risa maliciosa, antinatural. Le atraviesa los oídos. Como un martillo golpeando su cerebro. Se derrumba en la cama. No puede ser. La risa le invade, le ahoga. No puede ser.
Abre los ojos, desesperado. No puede ser, tan solo fue un sueño. Abre los ojos. No puede seguir allí. Tan solo fue un sueño. No existe. Abre los ojos. Solo ve una cosa. Le aterroriza: Ámbar.

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