domingo

Sueños perdidos

Un relato corto de sueños, escritos y vividos por mí y por Carlos (que a ver cuando crea su propio blog):




Tumbado en la cama voy perdiendo la consciencia. Mis ojos se van cerrando. Me inundo y me hundo en el mundo de los sueños. La realidad se evapora y, poco a poco, me duermo.



Los colores se difuminan en mi mente mientras los sonidos se distorsionan en mis fantasías sexuales.



Piel suave contra piel. Un dedo recorre mi espalda. Sudo, suspiro, siento y olvido. Unas piernas me atrapan. Una boca me absorbe. Atraviesa mi garganta. Cuerpo contra cuerpo. No puedo evitar gritar. Gemidos en la oscuridad.



Mis dedos se vuelven garras, mis dientes son colmillos. Mis ojos rojos penetran en los tuyos y nos fundimos en un mar de pasiones desenfrenadas.


Aullidos. Sí. Suspiros. Sí. Tus uñas en mi piel. Te muerdes el labio. Sí. Cierro los ojos. Mentes en blanco, unidos en un abrazo final. Sí. Una eternidad en un instante. Sí. Momentos únicos y después la calma.


Mis corazón se relaja, mi mente se evade, la pasión se apaga y nace el momento del sosiego. La niebla azul difuminada en mis ojos, el calor templado de tu cuerpo junto al mio. Tu boca y tus labios exhaustos besan mi piel aun caliente. Te miro, preciosa, y siento que el tiempo se contrae y se dilata en el espacio infinito de las sensaciones recién sentidas. Te miro y se que por un momento fuimos un cuerpo y una mente unidos. Me miras y tiemblo.


Poco a poco, la cálida luz que me sostiene se va apagando y las tinieblas se ciernen sobre mi cuerpo. Sólo, perdido en la inmensidad de la nada. La niebla me rodea. Oscuridad gris. Agua. Agua por todas partes. Solo agua. Agua y oscuridad. Entre las densas brumas del anochecer se intuye la luz de la luna. Agua por todas partes. Agua rodeándome por todos lados. Siento sin verlo que estoy en un bote, deslizándome silencioso entre edificios que me observan sin verme, sabiendo que en cualquier momento podría ser descubierto por miles de miradas inquietas desde ventanas oscuras. Sospechando que en cualquier momento podría ser presa de ellos, en su guarida, acechantes, esperando una señal de mi debilidad. Tengo que ser cauteloso, pasar desapercibido. Remar despacio, sin hacer ni un ruido, dejándome llevar por la imperturbable corriente hacia dónde el destino quiera llevarme.


Lentamente me adentro en un mar de edificios semiderruidos, extrañamente inclinados. Grandes moles de cemento y piedra me rodean en su fútil inmensidad, en su vacía apariencia abandonada, como si quisieran hacerme creer que ya nada habita en ellos. Ennegrecidas sus fachadas, llenas de indistinguibles ventanas y puertas metálicas, ya oxidadas, describiendo una época que pudo ser mejor. Esconden secretos oscuros y mentes enfermas, esconden cosas que nadie querría descubrir, esconden el miedo más profundo de nuestros corazones.


La noche se cierra, todo se vuelve más oscuro y siento que algo atrapa mi alma. Ya casi no puedo ver más allá del agua que me rodea, aunque sigo intuyendo las miradas recelosas desde las ventanas. Esta oscuridad antinatural embota mis sentidos y me impide ver un camino por dónde escapar. Mire por donde mire, solo veo negro y gris, y no puedo hacer nada más que sentir que me apago por dentro.


Cuando creo que mi alma se desmorona, veo una luz en la lejanía. Alumbra con esperanza un camino por el que seguir, se que es una guía que me va a sacar de aquí. Remo con decisión hacía ese lugar donde se que está la esperanza, donde se que estaré a salvo. Remo con fuerza, cada vez más. Sabiendo que al llegar todo va a salir bien, sabiendo que este mundo de pesadilla se va a acabar. Remo y más remo y más creo que me acerco a ese lugar donde está la salvación. En lo más profundo de mi mente hay algo que me dice que tengo que ir a la luz, donde todo va a salir bien, donde todo el sufrimiento va a acabar. Esa luz que me reconforta, que llena mi alma de la ya olvidada alegría de existir. Remo desesperado por alcanzar ese limbo ante mis ojos. Siempre remo y me acerco, ya casi estoy allí. Se que voy a llegar, casi estoy donde debería estar. Falta poco, cada vez me canso más, pero se que vale la pena gastar mis últimas fuerzas, pues allí está el final del dolor.


Alzo la vista esperando haber llegado ya, pero me doy cuenta de que la luz sigue al final de camino. Sigo remando, intentándolo con todas mis fuerzas. Por mucho que me acerque, la luz sigue igualmente lejana. Por más remar se que nunca voy a llegar. Pero no por eso vale la pena dejar de intentarlo. Cualquier cosa por salir de este mundo al que nunca debí haber venido a parar.


Siento que mi ser se hunde en la desesperación por conseguir alcanzar el lugar donde se que está la paz.


La luz ante mí no se acerca y la oscuridad sigue estando a mi espalda. Por mucho que reme se que nunca voy a llegar a escapar de esta podrida ciudad que por todos lados me rodea. Cuanto más me acerco a la luz, ellos están más cerca de mí, y la luz más lejos.


Las aguas se tranquilizan, la luz se apaga. Vuelvo a sentirme perdido. La esperanza se desvanece y el miedo retorna. Vuelvo a sentir la incomodidad de las miradas ocultas a mi alrededor. Un instante. De un salto unas mandíbulas sangrientas me apresan en un abrazo final.


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