jueves

Una historia II

Capitulo II: El vagabundo

Noté un fuerte golpe en la cabeza y desperté sobresaltado. Una figura a trasluz. Me incorporé con dificultad y, usando la mano como visera, distinguí a un indigente con un bastón.

-Me cago en la santa madre de Dios y toda su jodida familia. ¿Se puede saber que hace usted?-Pregunté con educación.
-No blasfemes.- Me increpó el vagabundo, que mientras se iba perfilando vi que era un hombre mayor con una curiosa chaqueta hecha de retales.
-¿Por qué?- Pregunté intrigado.
-Es simple, porque irás al infierno.
-Vengo del infierno, ¿acaso usted no?
-No me gusta tu tono, jovenzuelo.- Contestó con media sonrisa delatora.
-Y a mí no me gusta que me den con un bastón.
-Pues aparta de mi césped.
-Lo siento, ¿es suyo este césped?- Pregunté con cierto sarcasmo, mientras me levantaba.
-Pues sí- Contestó satisfecho -Mira el cartel.
Efectivamente, en la dirección que me señalaba el curioso viejo había un cartel que ponía “No pisar el césped” y debajo, escrito a mano, “Propiedad de José Antonio”.
-Asumo que usted es José Antonio.
-Efectivamente, ¿y tú eres?
-¿Qué importa quién soy yo?
-Entiendo, por la maleta y el acento asumo que no eres de por aquí.
-Asume usted bien, Josan; ¿puedo llamarle Josan?
-No- Respondió rotundamente -Me caes bien, extranjero, dejaré que te sientes en mi césped.
-¿No tendrá usted un cigarrillo, verdad?
-Fumar es malo.
-Entonces no tiene.
-No.
-No tiene o no no tiene, es decir, tiene.
-¿Tú eres tonto?
-Un poquito, le apetece dar una vuelta.
-Lo siento, pero si me muevo de aquí alguien se sentará en mi césped.
-Entonces me marcho.
-Puede que volvamos a vernos, extranjero.- Con un sonrisa me hizo un saludo militar.
-Eso espero, José Antonio, eso espero.
No volví a verlo. Mientras remontaba las ramblas de esa desconocida ciudad pensé en ese viejo hecho de retales, trozos de pequeñas experiencias que cosidas con sumo cuidado unas a otras formaban una curiosa chaqueta. Un hombre con un bastón y una chaqueta de retales temeroso de Dios y vigilante sagrado de una parcela de césped junto al puerto.

Salí del estanco y apresuradamente encendí un cigarrillo. Según mi reloj eran las tres de la tarde. Las ramblas morían en una gigantesca plaza. Básicamente era una explanada con un estanque y en el centro de éste una estatua de granito de un hombre arrodillado y con los brazos extendidos encadenados a un par de estacas. En la parte derecha del pecho tenía un marca: dos lanzas cruzadas envueltas por un círculo de llamas. Gente y palomas por doquier y algún quiosco de chucherías. En un extremo de la plaza había algo parecido a un punto turístico y me acerqué a él sin mucha esperanza. Después de una interminable cola de turistas me llegó mi turno.
-Disculpe, buscaba un hostal económico para pasar algunos días.
La chiquilla del mostrador me miró con desinterés y extendió un folleto. Lo ojeé por encima, parecía una guía para mochileros. Puede que algo me sirviera.
-Disculpe.- La chiquilla me miró como si fuera una mosca cojonera.- Es que soy nuevo por aquí, ¿no tendrá un mapa?
-Última página.- Me indicó con desinterés y siguió ojeando su revista de moda.
-Gracias.

Me senté un banco, encendí un cigarrillo y empecé a ojear con desesperanza la guía para mochileros de mi nueva ciudad. Al fin y al cabo, por algo se empieza.

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