Lentamente se levantó de la cama. Hacía horas que intentaba dormir. A través del enorme ventanal le miraba impasible la luna. Un gran y triste luna vagando en el firmamento. Se desperezó como un gato y como un gato se deslizó tras la puerta. Un pie tras otro sobre el frío suelo, fantasmal recorrió el pasillo iluminado con distorsionados rayos blancos a través de la endeble cortina.
La chica rubia de la fiesta dormía profundamente a causa del alcohol y las drogas, pero entre los sueños de flores y nubes y flores creyó distinguir un clic metálico. Se removió inquieta sobre las sábanas de seda. Y siguió durmiendo como si nada hubiera interrumpido su agradable, falso y agradable sueño.
Al girar el pomo de la puerta rompió un clic metálico el frágil silencio que se produce cuando todos duermen, menos los gatos. Estridente y espeluznante como el grito de una mujer, sintió como se le erizaba el pelo de la baja espalda. Un escalofrío recorrió su espina para llegar a morir en la nuca, al oír el crujir de la puerta al abrirse. Ante él, medio inclinada, blanca ante el nocturno negro, haciéndole una mueca infernal, vio su figura en el reflejo. Se adelanto un paso y tapó su imagen con la mano temblorosa, pero al deslizarse sobre el frío espejo y caer su mano grávida, descubrió con horror que todavía estaba allí. Abrió el grifo y el sintió el agua deslizarse. Observó los destellos de la luna en el agua cayendo. Sobre el suelo de blanco sepulcral cayó una gota de discordia, rompiendo con el blancoscuro de la media noche y la apacibilidad del sueño. El inaudible susurro de una gota de sangre al caer y después un golpe sordo.
Una mano, ya no temblorosa sino firme y decidida, cogió la plateada cuchilla y rasgó, como si de simple tela se tratase, la piel del hombre. El inaudible susurro de una gota de sangre al caer y después un golpe sordo. A través de los ojos medio cerrados vio manar como una cascada la vida de su cuerpo, ansiosa por abandonarlo y llenarlo todo de rojo.
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