sábado

La noche empieza bien

La noche empieza bien. Después de quedar con unos amigos para algo que no viene al caso salimos al encuentro de los demás. Las diez y media. La noche empieza bien. Empieza en un bar cutre, barato, donde bebemos varios semen de rata (está muy buena y entra muy bien, aunque sabe a jarabe infantil) por siete euros el litro. Jugamos a cartas. Divertido. Estoy en una esquina (como toda la noche, aunque ya hablaré de eso) y mientras los demás hablan de gilipolleces yo me emparanoyo con unas extrañas marcas en la mesa. Una parece que pone “Sex”. Estoy enfermo. “Estás enfermo”, me apunto en el móvil para acordarme a la mañana siguiente. Estoy enfermo y necesito sexo. La tía que está delante mío me hace caso y pasa de mí según el momento. Extraño. Creo que está colada por el tío que está en la otra punta de la mesa. Un capullo. Es el único momento de la noche que llego a ir algo borracho. Le hago una foto a Mia (la tía que no me hace caso) y a Javi con el móvil sin que se den cuenta. Me gusta tener fotos de todos mis amigos. “Amigos”.

Nos vamos. No miro la hora. Pasamos por delante de un conocido bar y un un par de amigos entran a felicitar a una chica que nos gusta a un amigo y a mí. Por supuesto nadie lo sabe. Por supuesto yo no entro. Me quedo hablando con Javi Un gran tipo. Se marcha porqué “en teoría” al día siguiente tiene un partido de tenis con un japo. Un rato después salen los amigos y discuto con Fernan acerca de Javi, uno de los mejores chicos que viene de tanto en cuanto con el grupo. No nos extraña que se aburra. Nos proponemos integrarlo permanentemente, aunque es difícil. Le aburrimos. Hasta nos aburrimos a nosotros mismo; pero somos amigos y nos lo perdonamos.

Vamos a un bar de acabados y hacemos una absenta. Me siento en una esquina y acabo hablando con el tipo de siempre. Desarrollamos varias teorías. La primera es acerca de que el dueño del bar, que tiene dos locales, siempre está en el que nosotros vamos. O nos sigue o es omnipresente. La segunda es acerca de sentarse en las esquinas, donde estoy yo en este momento. Cuando estas en una esquina, por ejemplo en la derecha, solo puedes hablar con el tipo de tu izquierda. Por otra parte el tipo de tu izquierda debe decidir si hablar con el solitario tipo de su derecha (tú) o con los de la izquierda, donde está el resto del grupo. Por tanto los tipo de las esquina son unos marginados. Como yo. Y como el tipo con el que estoy hablando. Se me acaba el tabaco.

Salimos del cutre-bar. Tampoco miro la hora. Acompañamos a unos del grupo a comer un durum. Estamos en la plaza un rato. Me empieza a entrar el sueño. Dicen de ir a un bar a jugar a futbolín. ¡Pum! Lo reconozco. Aquí es donde empieza a acabar la noche. La peor idea que se podía tener. El principio del fin. Encima quieren ir a un bar a tomar por culo. Desde ese bar estoy a treinta y cinco minutos de casa. Desde donde estamos estoy a diez. Obviamente les digo que no. Les digo que vayan ellos, que así son pares. José me dice que quería acabar la noche conmigo, le apetecía hablar. Mala suerte; por muy amigos que seamos no pienso caminar treinta y cinco minutos de ida y otros tantos de vuelta para hablar con él mientas juegan a futbolín. Me intentan convencer. Que si después me acompañan a casa, que si se se puede volver en bus, que si soy su pareja de futbolín que si... Consigo que todo el mundo se ralle y deciden ir a casa. Miro el reloj. Son las dos y cuarto. ¡Me cago en la puta! Que pronto. Con mis antiguos “amigos” (Los que substituí por estos) todavía estaría empezando la noche. Propongo ir a hacer una sangría. Acabar bien la noche. Media hora solo, y después puedo ir a dormir tranquilo. Tan amigos. Todos me dan largas. Tengo que hacer algo. Les digo que yo iré, aunque vaya solo. Se lo creen, saben que soy capaz. Por supuesto no lo haré, pero en ese momento me convenzo a mi mismo. No consigo reclutar a nadie. Es extraño, siempre consigo algo más de lo que la gente cree que quiere, eso que yo sé que quiere. Algo más. Todos estamos rallados. Cada uno se va por su lado. Ellos, todos juntos, por uno, y yo por otro. Es el fin. El fin del fin.

Empiezo a caminar, solo; en un principio dispuesto a beberme la sangría solo. Cuando paso delante del bar de la sangría pienso que tendré que pedir una mesa para uno y un litro de sangría. Soy un borracho, pero no tanto, y en general no me gusta hacer el ridículo. Me paro en un bar que ponen una buena canción (una de esas buenas canciones que oyes a menudo, pero que no sabes el nombre del grupo o de la canción) a comprar tabaco. No tiene Lucky Strike. “Golpe de suerte”. Yo tampoco. Compro Camel, una buena alternativa; aunque no mi preferida, y me fumo uno. Camino, solo. Por primera vez en toda lo noche tengo frío. Camino, solo. La calle de piedra avanza bajo mi, constante. Las paredes se cierran cada vez más, asfixiándome. Una gárgola me mira y se ríe de mí. Normal. Paso por una vieja plaza, llena de viejos, apergaminados y mortecinos recuerdos. Allí dos vagabundos errantes pasan cerca; los dueños de la noche. Sus borrachas risas penetran en mis oídos, los atraviesan como una taladradora. Uno lleva una raída sudadera de “Hell's in us”, un grupo de Heavy Metal ochentero. Curioso. “El infierno está en nosotros”, significa. Lo más curioso es que en inglés se pronuncia exactamente igual que “El infierno está en el culo”. Curioso, pero en ese momento no le veo ni puta gracia. Sigo caminado. Llego a una calle importante. Intento cruzar pero un coche embiste y los tres de detrás aprovecha y pasan. Como los odio. Cruzo el medio. Veo un árbol al que le han cimentado las raíces. Triste, pienso. Espero... deseo con toda mi alma que ese árbol en un último esfuerzo natural rompa el cemento que le aprisiona y salga al exterior. En el siguiente paso de cebra embisto yo a los coches. Yo tengo razón, deben cederme el paso. Si me atropellan me tendrán que pagar una indemnización. No me importaría que todo acabara ahora. Que acabara ya. ¡Ya!










Pero no acaba. Sigo caminando. No veo, ni oigo, ni siento nada destacable. Camino. Camino. Camino. Camino. Camino. Llego a casa y veo a unos vecinos jóvenes que entran. Me cierran la puerta en las narices y tengo que volver a sacar la llave. Hijos de puta. Entro. Veo que uno de los vecinos cabrones espera el ascensor mientras lee un cartel con un anuncio. Llega el ascensor y me monto en el sin decirle nada. Que espere al siguiente, que se joda. Llego a casa y reenciendo el ordenador. Enciendo el Winamp y pongo Metallica de fondo, flojito. Son las dos y treinta y cuatro. Empiezo a escribir:

“La noche empieza bien...”

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